Los ciudadanos estamos bastante molestos con el afán prohibicionista de los que nos gobiernan. Esta especie de expropiación de la responsabilidad personal invade incesantemente parcelas de libertad. Del tabaco a la velocidad, pasando por la tentativa de prohibir las hamburguesas altas en calorías, o de decretar el exilio de las máquinas expendedoras de refrescos azucarados de las cantinas de los colegios hasta la autorregulación o eliminación de la publicidad en espacios televisivos con audiencias infantiles, emprendida de forma más o menos voluntaria por fabricantes de marcas de dulces y tentempiés. Aunque algunas de estas prohibiciones pueden parecer justificadas, no deja de preocupar la cada vez mayor intervención pública.
Tabaco y alcohol han sido los destinatarios del apetito por controlar de los gobiernos. Se diría que ahora la atención se ha trasladado a los alimentos. Esta semana la prensa recogía una noticia sobre la normativa de etiquetado de alimentos que la Unión Europea está terminando. Bajo la excusa de un pretendido interés del consumidor, va a monopolizar la atención de los fabricantes en un año en el que con la inflación de materias primas y un mercado aletargado ya tienen bastante distracción.
Pocos sectores merecen más admiración que el de alimentación y bebidas. En siglo y medio hemos pasado de la escasez a la disponibilidad de alimentos variados, accesibles todo el año en superabundancia, a la vuelta de cada esquina, y con unos precios generalmente decrecientes
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La amenaza más grande que se cierne sobre la libertad de empresa en el sector de alimentación es la que encuentra su justificación en la crisis, epidemia o problema de la obesidad infantil.
De acuerdo con la literatura legal y médica, existen dos modelos para tratar el problema de la obesidad infantil (o cualquier otro) que responden a qué o a quién se le atribuye la causa del desorden.
Para el primero y más arraigado de los dos modelos, la obesidad es un desorden alimentario de carácter esencialmente personal, a la herencia genética o a ambos. Esa visión sostiene que esta patología debe ser tratada por un médico, que administrará un tratamiento personalizado a un paciente, y que respetará además la confidencialidad del caso.
Para el segundo sistema, aquel en el que la Administración fundamenta su intervención en forma de normativas, restricciones a la comercialización y aplicación de tasas disuasorias (como las que gravan al tabaco), lo importante no es quién, sino cuántos lo sufren. El problema no recibe un tratamiento individualizado, sino que en atención a la gravedad y alarma social que causa, a la contribución del entorno, a la responsabilidad de la sociedad y al derecho a la salud de los ciudadanos, exige la intervención de la Administración.
El protagonista del debate entre privilegiar la voluntad del individuo o admitir la intervención reguladora de los poderes públicos en la prevención y protección de los ciudadanos es, además de nuestras condiciones biológicas, el entorno en el que se produce el consumo de los alimentos: un entorno al que los defensores del segundo modelo, autores como Brownell o Marion Nestle, denominan "tóxico".
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Entre las condiciones biológicas, algunos autores (como Mike Huckabee, el gobernador de Arkansas, quien tras perder 50 kilos publicó libros y artículos sobre salud y dieta y es el candidato a la presidencia de EU que el pasado día 3 ganó en el caucus de Iowa,) sostienen que estamos programados para comer más y no menos. Adelgazar cuando la disponibilidad de comida es abundante se opone a un género humano que ha evolucionado precisamente porque superó las hambrunas.
Estamos también programados para que nos guste lo dulce, la sal y la grasa. La primera nos ayudaba a descartar las bayas y frutas venenosas y elegir las que no lo eran. La preferencia por lo salado, permitió al género humano evolucionar sin deshidratarse. La grasa a soportar las hambrunas.
Tal es nuestro apetito por estos tres sabores, que en experimentos con consumidores, al etiquetar el envase de un producto como "bajo en calorías" la ingesta de los cobayas humanos aumenta significativamente, más cuanto mayor es su sobrepeso.
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Desde que leí el artículo de Wansink, el autor de este experimento y de algunas de las ideas que expongo aquí, pienso cuántas más latas de bebidas, caramelos o chicles tomamos al día porque se etiquetan como 'light' o sin azúcar. Cuando Nabisco lanzó Snackwell, una galleta dietética, la pregunta más frecuente en su línea de atención al cliente era "¿cuándo van a sacar paquetes con más galletas?". Ahora que le piden que exponga más información al sector, espero que no resulte en que las cosas sean así.
Los que postulan esta influencia negativa del entorno sostienen que la comida menos saludable sabe mejor (porque lleva más azúcar, más sal y más grasa), está disponible en muchos más puntos de venta y, lo más importante, es más económica que las comidas sanas. La publicidad de estos productos completa este mapa de toxicidad al que aluden los defensores del segundo modelo.
Para esta línea prorregulación, lo más grave de considerar a la obesidad una elección personal es que, cuando afecta a los niños, hace recaer sobre sus espaldas la responsabilidad por esta patología, lo que resulta en problemas de autoestima, acoso por parte de colegas y eventualmente, discriminación. Al menos, sostienen, si se imputa en su lugar a esos "entornos tóxicos" no se presenta al paciente como causante de su condición.
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Existe una tercera vía que sería la de que las empresas del sector coordinaran sus políticas de producto para que de manera paulatina y no detectable por el consumidor redujeran la presencia de sal, azúcar y grasas en sus productos, redujeran las dosis y envasaran los productos de forma más congruente con la toma recomendable.
Esta acción tiene que ser coordinada porque si algunas marcas no siguieran la reducción se llevarían a los clientes de sus competidores que sí lo hicieran. Debería ser paulatina (a lo largo de un decenio o más para reducciones significativas de los tres ingredientes) para evitar deserciones en masa hacia productos sustitutivos. Y no detectable porque si el consumidor adivina lo que están haciendo, es posible que aumentara su ingesta siguiendo el patrón descrito anteriormente.
Esta tercera vía, que proponen algunos autores, no es ni rápida ni fácil, pero es una iniciativa responsable y que la Administración debería animar antes de colonizar con prohibiciones otra área de libertades personales del consumidor. También es una propuesta que deberían seguir todos los sectores, para prepararse frente a esa inclinación a prohibir de la que, como van las cosas, creo que no se va a librar ninguna industria o actividad.
fuente: prensa.com
domingo, 10 de febrero de 2008
El problema de la obesidad infantil
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Obesidad