lunes, 4 de febrero de 2008

350 kilos menos

Operados de obesidad mórbida, enfermedad que pone en peligro de muerte a quienes la padecen, invitan a los afectados a pasar por el quirófano y disfrutar de la vida

350 kilos menos
César, de 38 años, sintió la alarma en los tobillos. Ha logrado perder 62 kilos y resolver otros problemas médicos. / DM
La que sigue es la historia de una cadena. Un niña recién convertida en mujer, Juana, decidió hace un año poner fin sobre la mesa de un quirófano a la obesidad mórbida que castigó su infancia, martilleó su adolescencia y amenazaba con hacer imposible su juventud. «Llevaba haciendo regímenes casi desde que me salió el primer diente. Pasé por todos los servicios de Endocrinología habidos y por haber y nada, no conseguía bajar». Hace un año, la joven tenía 17 y pesaba 113 kilos.

De niña soñó con bailar, pero su volumen la apartó de la pista. Luego, el desprecio social a la obesidad la encerró en su casa. «Si voy a ser un bicho raro, prefiero no salir», se dijo. «Me cansé de oír una y otra vez '¿mira, ahí viene la gorda!».

La enfermedad de la joven acabó por afectar a la salud de toda la familia. El exceso de peso no sólo amenazaba con dañar sus órganos vitales, sino que su equilibrio mental parecía tambalearse. Hasta que un día, su madre escuchó lo que siempre quiso y nunca imaginó que escucharía.

-Tengo la solución para el problema de Juana, le dijo a su marido en cuanto entró por casa.

-¿Qué?, contestó él mientras cerraba la puerta.

-Cirugía de la obesidad. He oído que va muy bien y que...

-¿Bueno, bueno!, interrumpió él, que como médico tenía muy asumida una máxima extendida entre los profesionales de la salud. La que dice que el quirófano es 'la última solución' de la medicina.

Como una toxicómana

Juana fue intervenida en diciembre de 2006. «Era drogodependiente porque la comida era para mí como una droga. Comía por todo y me sentía mal; y como me veía gorda, comía aún más. Es la pescadilla que se muerde la cola». Un año después, la joven, preciosa, pesa 60 kilos y sus padres no la ven por casa.

Su caso rompió los prejuicios del médico de la casa sobre la cirugía bariátrica y abrió las puertas del quirófano a más de una veintena de pacientes y amigos. «A todo el que veo con el mismo problema, si puedo ayudarle y entra dentro de los criterios de la intervención, le invito a que se informe; y si lo considera oportuno, a que se opere. Pero que lo haga con cabeza, en un centro de confianza y asesorado por especialistas con experiencia».

No es endocrinólogo, nutricionista; ni siquiera cirujano. Tampoco gana un euro con esta misión. «Lo hago porque sé del sufrimiento que provoca esta enfermedad; y hablo porque ya es hora de que, de una vez por todas, la obesidad deje de ser vista como el castigo a un apetito desordenado. ¿Entérense! Estamos hablando de una enfermedad muy grave, con abundante patología asociada y que pone en serio peligro la vida de quienes la sufren», explica.

La reciente muerte en el quirófano de dos pacientes y de una tercera persona que estaba siendo sometida a una intervención de cirugía plástica -un suceso que los medios de comunicación han ligado erróneamente a cirugía de la obesidad- ha puesto este tipo de intervenciones en el ojo del huracán. «Es injusto porque toda cirugía tiene su riesgo, toda, hasta la más sencilla. El peligro de noticias cómo ésta -añade- es que alejan del quirófano a personas que tienen mayor riesgo de muerte si no se operan, porque lo que pone su vida en jaque son las complicaciones ligadas al exceso de peso».

Juana es un nombre ficticio, como el del resto de personas que le acompañan en este reportaje y que forman parte de las más de 20 que su padre, el médico, ha ayudado a enfrentarse a la enfermedad.

El estigma ligado a la obesidad pesa en algunos de ellos más que los 350 kilos que entre los siete han perdido después de ser intervenidos. «Conozco gente que se ha operado de varices y de amigdalas y ha muerto. En España -recuerda Jesús, un empresario que ha perdido 50 kilos- el riesgo de fallecer en una operación de estas es del 2%. La carretera es mucho más peligrosa para la vida».

El primero en colarse por la puerta abierta por Juana fue César, un hombre de 38 años que nunca había ido a una consulta médica, para nada, hasta que los dolores de sus tobillos le impidieron caminar. Es el de las fotografías. Su estado de salud era tan crítico que 15 días antes de la intervención tuvo que someterse a un tratamiento de choque con un cardiólogo para bajar 17 de sus 150 kilos originales. La obesidad le provocaba insuficiencia cardiaca, hipertensión, apneas del sueño e insomnio. Tenía todos los factores analíticos alterados. Ha logrado perder 62, pero lo mejor es que todos sus problemas de salud se han corregido con la intervención. «¿Ay, cariño, ¿Y yo que creía que tomabas demasiada cerveza!», suspira su madre.

«4 hamburguesas, bien»

«Decidí operarme el día en que iba conduciendo mi coche por la autopista y me quedé dormido al volante por una apnea. Iba detrás de un camión, con mi mujer embarazada y me pasé al otro carril», relata Esteban, un abogado que cuenta que era capaz de comerse cuatro hamburguesas y cinco refrescos de cola y quedarse tan campante. «Era insaciable». A él, como al resto del grupo, la cirugía le ha cambiado la vida. Para bien. Carmen, funcionaria municipal, ha perdido 65 kilos, superado la diabetes y ha dejado de estar permanentemente de baja. «Desde que me operé no he faltado un día al trabajo».

El último eslabón en unirse a esta cadena ha sido Javier, un hombre fuerte, corpulento y también hipertenso, con el colesterol alto y el azúcar disparado. Tenía riesgo, cuando menos, de infarto y diabetes.

Él lo sabe bien, mejor que nadie, porque Javier es médico, es el padre de Juana. Se operó hace unos dos meses y ha perdido ya un total de 21 kilos.
fuente: eldiariomontanes.es