sábado, 29 de diciembre de 2007

Nuevas armas contra la obesidad

Más allá de un problema estético, cultural y de hábitos, el sobrepeso amenaza con convertirse en una de las grandes epidemias del siglo XXI en los países desarrollados. Los expertos en nutrición piden a la Administración una «mayor implicación en el problema» por su impacto cada vez más importante en la población y por su elevado coste social. Al margen de una alimentación saludable, una de las alternativas más efectivas para mantener a raya la báscula es el tratamiento farmacológico.
Los especialistas prefieren ser prudentes y no auguran, al menos a corto plazo, una «píldora de la felicidad». Abogan, sin embargo, por la combinación de una serie de tratamientos -algunos ya en el mercado y otros en fase de investigación-, que, acompañados de una alimentación saludable, pueden convertirse en el mejor aliado de este tipo de pacientes. En la actualidad, hay tres fármacos autorizados con esta función, la mayoría de los cuales actúan sobre la sensación de saciedad.
Se trata de:
  1. Rimonabant, comercializado bajo el nombre de «Acomplia»,
  2. Orlistat («Xenical») y
  3. Sibutramina («Meridia»).
Ahora, un equipo del Hospital Clínico de Barcelona ensaya en humanos un nuevo agente, el tungstato sódico, que, a diferencia de los anteriores, podría impactar sobre el control del gasto energético.
«No hay pócimas milagrosas»
El profesor Josep Vidal, coordinador de la Unidad de Obesidad del Hospital Clínico y especialista del Servicio de Endocrinología del citado centro, explica las ventaja de este nuevo fármaco, que podría estar en el mercado dentro de siete años.
Vidal asegura que no hay pócimas milagrosas para la obesidad, una de las epidemias del siglo XXI que afecta al 16% de los españoles, a un 25% de la población europea y a un 25% de norteamericanos, y tiene un elevado coste social. El especialista del Clínico tiene claro que «nunca habrá una píldora de la felicidad» para los que han perdido la batalla con la báscula. Su equipo ensaya en humanos un nuevo fármaco -una sal extraída de un metal- que podría actuar sobre el control del gasto energético.
Esta sal se ha experimentado ya en animales y ahora arranca el estudio en humanos. Lo que se sabe, por el momento, según dijo el doctor Vidal, es que «interfiere en los mecanismos hormonales de control de la grasa. Pensamos que altera el efecto de la leptina, la hormona que indica los depósitos de grasa que tenemos. Es decir, si tenemos mucha leptina, tenemos mucha grasa y el cerebro lo asimila y da la orden: «No quiero comer porque estoy saciado»».
No obstante, según Josep Vidal, lo que haría diferente este fármaco es que se demostrara que actúa sobre el consumo energético, que está disminuido en muchos pacientes obesos, algo que «todavía no se ha confirmado». De probarse su eficacia e inocuidad, el tungstato cohabitaría en el mercado con otros fármacos autorizados como el rimonabant, que parece conseguir pérdidas de peso apreciables y mantenidas en el tiempo, además de una mejora sustancial en los niveles de riesgo cardiovascular y metabólico respecto a otros agentes testados. Este medicamento actúa en los receptores cerebrales implicados en el apetito.
«Es un inhibidor del hambre, aunque posee un efecto limitado», indicó el profesor Marià Alemany, profesor de Nutrición y Bromatología de la Facultad de Biología de la Universidad de Barcelona. A su entender, este fármaco se ha mostrado más eficaz en «aquellas personas que han dejado de fumar y quieren mantener su peso y no engordar». Otro de los principios autorizados es orlistat («xenical»). Su mecanismo de acción impide que el intestino absorba parte de las grasas ingeridas, pero ocasiona molestas reacciones intestinales, como diarreas y gases, «contraindicaciones» importantes y «poco llevaderas» en el día a día para los pacientes, según indicó a este diario el profesor Alemany.
El otro fármaco, la sibutramina («Meridia»), es sospechoso de efectos secundarios más graves: problemas cardiovasculares o metabólicos.
Con ambos medicamentos, las pérdidas de peso resultan modestas, según los expertos, y, lo que es más grave, difíciles de mantener en el tiempo. Los expertos consultados por este diario coinciden en que está lejos la opción de una «píldora adelgazante» que solucione todos los problemas de obesidad. Añaden que cualquiera de los fármacos que hay en circulación deben ser tomados bajo «estricta prescripción médica» y deben ir acompañados de hábitos saludables. Así pues, un medicamento prometedor, sí; un milagro, no. Sólo el tiempo dirá cuánto de prometedor.

Un siglo de investigación
Los fármacos «anti-obesidad» no son una opción innovadora, sino que llevan más de un siglo investigándose. A finales del sigo XIX, en 1893, se introdujo la hormona tiroidea, que se utilizó durante varias décadas. En aquel momento se creía que la obesidad era fruto de un «bajo metabolismo». No fue hasta entrado el siglo XX cuando se introdujo otro compuesto, el dinitrofenol, que causaba pérdida de peso al aumentar la tasa metabólica. Pronto se vieron sus efectos secundarios: cataratas y neuropatías.
Antes de la Segunda Guerra Mundial se experimentó con otros agentes como la anfetamina y su estereoisómero dextrorotatorio y la dexamfetamina. Estos fármacos cayeron en desuso por la presencia de serios efectos adversos secundarios a las propiedades estimulantes del sistema nervioso central. Hay también constancia de que una droga con características similares, la fenmetrazina, fue muy usada como droga de abuso. Sin embargo, se cree que fueron estos medicamentos los que introdujeron toda una nueva era en el tratamiento de la obesidad.
En la segunda mitad del siglo XX llegaron la fentermina (1959), la fenfluramina (1973) y el mazindol (1973). En el año 1992 se publicaron los resultados de uno de los estudios más importantes que se habían realizado hasta entonces en materia de terapia farmacológica para la obesidad. En él se comparó la eficacia de la combinación de fenfluramina más fentermina juntas a dosis bajas, contra la combinación de cada una, a la dosis usual, con placebo. Los resultados fueron prometedores. Se demostró su efectividad como terapia combinada y sus escasos efectos secundarios.

Historia turbulenta
Este fenómeno cambió repentinamente la percepción de la comunidad médica en general en cuanto al uso de medicamentos para la obesidad. Facultativos de todo el mundo expedían miles de recetas de estos fármacos cada día. Lamentablemente, muchas de ellas sólo para satisfacer la gran demanda por parte de los pacientes y sin una clara indicación médica. Esa relación idílica se rompió el 15 de septiembre de 1997, cuando la FDA confirmó la relación entre el uso de «fen-phen» y la aparición de severos e irreversibles trastornos cardiovasculares. Tanto la fentermina como la fenfluramina, por separado, han sido relacionadas con la aparición de hipertensión pulmonar, pero sólo a la fenfluramina se la ha culpado de la aparición de enfermedad valvular.
En la actualidad, hay en el mercado tres fármacos: el Rimonabant, el Orlistat y la Sibutramina. El tungstato sódico, investigado por el Hospital Clínico, podría sumarse al actual abanico terapéutico.
Esther Armora. Barcelona en ABC.es.