Muchas veces los obesos escuchamos decir que la obesidad es una enfermedad… Y lo es. Es una enfermedad ADICTIVA
Y lo grave es que muchos médicos repiten lo de la enfermedad adictiva como autómatas, sin entender realmente de lo que están hablando, pues en el fondo piensan (y muchos gordos también) que todo se reduce a un problema de voluntad y que por culpa de la gula el gordo sufre su merecido infierno…
Las adicciones todas (alcohol, drogas, tabaco, carbohidratos, azúcares, anfetaminas o lo que sea) producen en el organismo siempre el mismo mecanismo, que es el de activar las glándulas que producen estados particulares que conducen de nuevo a la compulsión. Es un círculo vicioso terrible. No basta con decirle a un adicto a la cocaína que no la consuma o a un fumador que no fume ó a un obeso pedirle que no coma. Uno puede encerrar a un alcohólico a la fuerza en una habitación bajo llave hasta que se desintoxique. Y ciertamente al cabo de un tiempo saldrá “limpio” del cuarto… pero… al salir de allí tendrá los mismos conflictos y problemas con los que entró, así que lo más probable es que en cualquier momento arranque a beber dónde lo dejó. Y al obeso le pasa lo mismo. Uno se forza a hacer la dieta tal o cual y claro pierde peso, pero al mínimo traspié se arranca a comer como siempre, se recupera el peso y se agudiza el problema. Ahora bien, “El adicto al cigarro tiene que dejar el cigarro. El adicto al alcohol debe dejar el alcohol. Y nosotros ¿Qué? ¿Dejamos de comer? Y no. La respuesta es siempre ésta: No se debe dejar de comer.
SE DEBE CAMBIAR DE HABITOS
No se trata de seguir una dieta. Sino de aprender qué productos debemos ERRADICAR DE NUESTRAS VIDAS y cuáles productos DEBEMOS APRENDER A INCORPORAR.
Es muy frecuente que cuando alguien se descompone en un gimnasio enseguida le den un terrón o una cucharada de azúcar, incluso un caramelo para levantarlo (la dosis de droga). Noten ustedes que los niños en las fiestas de cumpleaños se desencadenan. Y esta hiperactividad la da la cantidad de azucares y tartas y gaseosas que el niño come y bebe en las fiestas. Si usted quiere tener a un niño despierto hasta altas horas de la noche, dele justo antes de acostarse un pedazo de torta de chocolate…
Ahora bien. La glucosa es digamos el “combustible” que necesita el cerebro para funcionar. No se puede tampoco prescindir de ella. Pero si usted a su carro le pone el doble de gasolina que necesita para arrancar, éste se ahogará. A diferencia del auto que se ahoga, el ser humano es tan complejo que hace lo imposible por salvarse. Y entonces el páncreas segrega toneladas de insulina para poder manejar el exceso de glucosa. Y cuando un día el obeso no come azúcar o harinas blancas, hay demasiada insulina dando vueltas en su cuerpo. Se produce la hipoglucemia. Y el obeso se deprime, se achicopala, se siente cansado, adormilado, agotado, inútil… Entonces se desata la compulsión y volvemos al exceso de glucosa. A veces es tan alta la dosis de glucosa que el obeso se pone agresivo. De allí que un gordo amanece eufórico, sintiendo que podrá doblegar el mundo y luego, al atardecer, pierde ánimos y de repente se sorprende a si mismo comiendo como un salvaje. Sintiendo con ello la angustia y la depresión características porque no se pudo controlar. Al cabo de unas horas, lo ingerido se convierte en glucosa, y de nuevo la euforia…De allí que un gordo se obliga a si mismo a hacer dieta y pierden peso y luego se desata a comer con más pasión que nunca, y mientras esto ocurre no entiende por qué. Y con la cabeza gacha escucha como todo su entorno lo critica. … Y volvemos donde estábamos (como cualquier adicto). Recuperando lo perdido.
En consecuencia HAY QUE REMOVER LAS ESTRUCTURAS. CAMBIAR HABITOS. COSTUMBRES. ESTILOS Y FORMAS DE VIDA.
Pero el primer paso. El único verdadero primer paso para ello es entender y aceptar que se está enfermo. Que se es adicto. Que si bien está en nuestras manos lograr salir de esto NO SOMOS CERDOS SIN VOLUNTAD. NO SOMOS SUCIOS GOLOSOS. El obeso, como el alcohólico, como el adicto a la cocaína o a la heroína tiene que trabajar mucho, muy duro y toda su vida para llegar a estar “limpio”.
Somos personas con una enfermedad adictiva. Empecemos por aceptar esto. Y concedámonos el merecido derecho de entender y hacerle entender a quien competa que nuestro problema no lo resuelve la simple fuerza de voluntad. Primero lo primero. Reconozcamos el problema. Segundo, aceptémoslo. Tercero, procedamos a erradicar con todo el dolor de nuestras almas aquello que nos ha mantenido condenados y encadenados a una vida de humillaciones y vejaciones: el azúcar refinada y las harinas blancas y todas las combinaciones que de ellas se derivan.
Y lo grave es que muchos médicos repiten lo de la enfermedad adictiva como autómatas, sin entender realmente de lo que están hablando, pues en el fondo piensan (y muchos gordos también) que todo se reduce a un problema de voluntad y que por culpa de la gula el gordo sufre su merecido infierno…
Las adicciones todas (alcohol, drogas, tabaco, carbohidratos, azúcares, anfetaminas o lo que sea) producen en el organismo siempre el mismo mecanismo, que es el de activar las glándulas que producen estados particulares que conducen de nuevo a la compulsión. Es un círculo vicioso terrible. No basta con decirle a un adicto a la cocaína que no la consuma o a un fumador que no fume ó a un obeso pedirle que no coma. Uno puede encerrar a un alcohólico a la fuerza en una habitación bajo llave hasta que se desintoxique. Y ciertamente al cabo de un tiempo saldrá “limpio” del cuarto… pero… al salir de allí tendrá los mismos conflictos y problemas con los que entró, así que lo más probable es que en cualquier momento arranque a beber dónde lo dejó. Y al obeso le pasa lo mismo. Uno se forza a hacer la dieta tal o cual y claro pierde peso, pero al mínimo traspié se arranca a comer como siempre, se recupera el peso y se agudiza el problema. Ahora bien, “El adicto al cigarro tiene que dejar el cigarro. El adicto al alcohol debe dejar el alcohol. Y nosotros ¿Qué? ¿Dejamos de comer? Y no. La respuesta es siempre ésta: No se debe dejar de comer.
SE DEBE CAMBIAR DE HABITOS
No se trata de seguir una dieta. Sino de aprender qué productos debemos ERRADICAR DE NUESTRAS VIDAS y cuáles productos DEBEMOS APRENDER A INCORPORAR.
Es muy frecuente que cuando alguien se descompone en un gimnasio enseguida le den un terrón o una cucharada de azúcar, incluso un caramelo para levantarlo (la dosis de droga). Noten ustedes que los niños en las fiestas de cumpleaños se desencadenan. Y esta hiperactividad la da la cantidad de azucares y tartas y gaseosas que el niño come y bebe en las fiestas. Si usted quiere tener a un niño despierto hasta altas horas de la noche, dele justo antes de acostarse un pedazo de torta de chocolate…
Ahora bien. La glucosa es digamos el “combustible” que necesita el cerebro para funcionar. No se puede tampoco prescindir de ella. Pero si usted a su carro le pone el doble de gasolina que necesita para arrancar, éste se ahogará. A diferencia del auto que se ahoga, el ser humano es tan complejo que hace lo imposible por salvarse. Y entonces el páncreas segrega toneladas de insulina para poder manejar el exceso de glucosa. Y cuando un día el obeso no come azúcar o harinas blancas, hay demasiada insulina dando vueltas en su cuerpo. Se produce la hipoglucemia. Y el obeso se deprime, se achicopala, se siente cansado, adormilado, agotado, inútil… Entonces se desata la compulsión y volvemos al exceso de glucosa. A veces es tan alta la dosis de glucosa que el obeso se pone agresivo. De allí que un gordo amanece eufórico, sintiendo que podrá doblegar el mundo y luego, al atardecer, pierde ánimos y de repente se sorprende a si mismo comiendo como un salvaje. Sintiendo con ello la angustia y la depresión características porque no se pudo controlar. Al cabo de unas horas, lo ingerido se convierte en glucosa, y de nuevo la euforia…De allí que un gordo se obliga a si mismo a hacer dieta y pierden peso y luego se desata a comer con más pasión que nunca, y mientras esto ocurre no entiende por qué. Y con la cabeza gacha escucha como todo su entorno lo critica. … Y volvemos donde estábamos (como cualquier adicto). Recuperando lo perdido.
En consecuencia HAY QUE REMOVER LAS ESTRUCTURAS. CAMBIAR HABITOS. COSTUMBRES. ESTILOS Y FORMAS DE VIDA.
Pero el primer paso. El único verdadero primer paso para ello es entender y aceptar que se está enfermo. Que se es adicto. Que si bien está en nuestras manos lograr salir de esto NO SOMOS CERDOS SIN VOLUNTAD. NO SOMOS SUCIOS GOLOSOS. El obeso, como el alcohólico, como el adicto a la cocaína o a la heroína tiene que trabajar mucho, muy duro y toda su vida para llegar a estar “limpio”.
Somos personas con una enfermedad adictiva. Empecemos por aceptar esto. Y concedámonos el merecido derecho de entender y hacerle entender a quien competa que nuestro problema no lo resuelve la simple fuerza de voluntad. Primero lo primero. Reconozcamos el problema. Segundo, aceptémoslo. Tercero, procedamos a erradicar con todo el dolor de nuestras almas aquello que nos ha mantenido condenados y encadenados a una vida de humillaciones y vejaciones: el azúcar refinada y las harinas blancas y todas las combinaciones que de ellas se derivan.